¡Buenas! Espero que estos dos días hayáis disfrutado de la música y la historia…pero yo, que os conozco y aprecio, sé que lo que estabais esperando era el miércoles: ¡leer y saber algo más sobre la lengua!
Mis compañeros han comentado un caso impactante, que siempre les ha llamado la atención. Súperinteresante lo que el lunes nos comentaba Brais sobre los 40 años de «Dark side of the moon« y qué decir del nacimiento de lo que hoy conocemos por Europa, que el martes Maria nos explicaba de una manera tan clara y resumida. Os recuerdo lo que ya se ha posteado esta semana porque lo que a continuación vais a leer es un poco diferente. Aunque también os cuente un caso impactante de mi campo, la lengua, lo voy a hacer un poco diferente: voy a contaros una historia personal, un acontecimiento que cambió mi forma de ver la lengua y que, posiblemente sea la causa de que hoy os la intente acercar.
Como ya sabéis, estudio Filología Hispánica y Periodismo. Algún día os contaré por qué, todavía no. Como el 90% de los jóvenes que empiezan una filología, lo que me interesaba de la carrera era la literatura. Siempre he leído mucho y he disfrutado con ello. Si a esto se le suma la importancia que se le da en la educación a la rama literaria por encima de la lingüística (solo hace falta recordar que se unieron en una sola asignatura, Lengua y Literatura…), el joven Jesús de 18 años creía que de la lengua no podía ver más de lo que ya sabía (inocente de él que pensaba que todo se resumía en sujetos, predicados, verbos, sustantivos…). Por el contrario, de la literatura suponía que quedaba mucho por leer, comprender y entender. Hoy, el todavía joven (pero ya algo menos) Jesús, confiesa que estaba totalmente equivocado con respecto a sus pensamientos acerca de la lengua y que nunca ha acertado tanto en nada como en lo poco que sabía de literatura.
Esta confesión que cierra el anterior párrafo no surge por ciencia infusa. Hay un momento, con personas, circunstancias y pensamientos, en el que todo cambia. Puedo situarlo en mi primero de carrera, allá por septiembre-noviembre de 2011. Concretando más, fue en la asignatura Lingüística General, impartida por el profesor González. En su examen, punto final de una asignatura que empezaba a resquebrajar mis cimientos sobre la literatura y la lengua, apareció un texto de Steiner, profesor de Cambridge y Oxford. El texto es el siguiente:
“Biológica y socialmente, somos, en efecto, mamíferos de corta vida, abocados a la extinción, como las demás especies. Pero somos animales lingüísticos, y es ese atributo el que, como ningún otro, torna soportable y fructífera nuestra efímera condición. La evolución del habla humana-tal vez haya llegado tarde- hacia los subjuntivos, los optativos, los condicionales contrarios a los hechos y los futuros verbales (no todas las lenguas tienen tiempos y modos) ha definido y salvaguardado nuestra humanidad. Gracias a ello podemos contar historias, ficticias o matemáticocosmológicas, acerca de un universo que se encuentra a billones de años de nosotros; gracias a ello podemos, como ya he mencionado, discutir, conceptualizar la mañana del lunes posterior a nuestra incineración; gracias a las cláusulas condicionales, al <<si>> (<<si me tocara la lotería>>, <<si Schubert hubiese vivido más tiempo>>, <<si se descubriera una vacuna contra el sida>>), podemos, cuando nos place, negar, reconstruir, alterar el pasado, el presente y el futuro, cartografiar de otro modo los factores determinantes de la realidad pragmática , lograr que la existencia siga mereciendo la pena. La esperanza es gramática. El misterio de la expresión del futuro o de la libertad-ambas se encuentran íntimamente emparentadas-es sintáctico. Los optativos, los modos gramaticales que expresan el deseo, abren la prisión de la necesidad fisiológica, de las leyes mecánicas. ¿Hay nominación más concisa de la utopía que la del pluscuamperfecto? ¿No deberíamos detenernos constantemente asombrados ante la capacidad de los pretéritos para reconstruir la historia, además de nuestro propio pasado? Este maravilloso giro se encuentra condensado en la proverbial intraducibilidad de la frase con que Proust comienza En busca del tiempo perdido. Pero incluso estas gramatologías de la emancipación sucumben ante el milagro, pues seguramente no es otra cosa, del futuro del <<ser>>, del <<será>>, cuya articulación genera los espacios donde respiran el temor y la esperanza, la renovación y la innovación que constituyen la cartografía de lo desconocido”.
Errata: examen de una vida
Léelo otra vez. Incluso otra, no hay dos sin tres. La frase que titula este post está ahí: la esperanza es gramática. Todo, según la tesis de Steiner, es posible gracias a que somos «animales lingüísticos». Es cierto que somos libres, que tenemos una capacidad racional superior a la del resto de animales, pero sobre todo, somos capaces de establecer un sistema lingüístico comunicativo. Esta lectura cambió mi percepción completamente. Me impactó tanto el descubrir que gracias al lenguaje podemos articular nuestra vida, soñar, ilusionarnos, pensar, despreciar, envidiar, querer, amar, enamorarnos, desenamorarnos, leer, escribir, conocer y, en definitiva, vivir plenamente, que los cimientos acabaron en pequeñas piedrecitas y se erigió en mí una pasión para la temática lingüística que dura hasta hoy. Y me atrevo a decir que también hasta mañana.
Puede parecer tonta, ñoña, estúpida o falsa esta reflexión, pero es la única que os puedo contar. El asunto que más me ha impactado de la lengua no podía ser otro que cuando asumí la importancia que ella tiene en mi vida, cuando decidí que mi futuro estará condicionado y unido a ella. Por supuesto, después de este flechazo, otros sucesos también me han motivado e impresionado. Sin duda alguna, el curso académico que viví con María Victoria Romero Gualda, gran catedrática que me introdujo en el mundo de la pragmática, la sintaxis, la sociolingüística…la lengua.
Quizá he parecido algo rarito o friki, pero, como alguien me dijo una vez «aunque sea difícil, navegar de bolina siempre merece la pena» M. V. R. G.